Una historia de la vida cotidiana
Sus padres le inculcaron desde niño, al ya retirado profesor de primaria Eusebio, que la honradez, la sinceridad y verdad a pesar de las consecuencias, la constancia, la disciplina y la palabra ante un compromiso, debías ponerlos en práctica si querías llevar una vida serena y sin causar daños a los seres de tu entorno. Y siguiendo aquella tradición loable, ponía todo su empeño en mostrarle, con hechos, tales preceptos a su nieta, Anaís. Sin embargo, para Eusebio, la paciencia cuando tales preceptos eran vulnerados, no era precisamente una de sus virtudes, así como muchos otros defectos que forman parte de su vida.
La sensibilidad de Anaís por lo artístico, la profundidad en sus preguntas sobre la vida, el porqué de las cosas y su facilidad con los números con frecuencia le hacían olvidar a su abuelo que contaba con sólo 12 años. En una ocasión cuatro años atrás, y debido al inmenso amor que se profesaban ambos, su abuelo, luego de superar hacía pocos meses un duro proceso de cáncer, trataba de explicar a la niña sobre lo que podría ser su partida de este mundo terrenal en caso de que se repitiera la enfermedad. A lo que Anaís, con lágrimas en los ojos y sin querer aceptar la explicación que, con el ejemplo de unas flores en el jardín, el abuelo le daba, ésta le espetó molesta…” te prohíbo que te mueras. No quiero que te mueras, no me importa…”
Con esa intensidad podía reaccionar la niña ante aquello que representara la posibilidad de quitarle a su héroe, confidente, consejero y tutor en sus estudios. Los años pasaban y la hermosa relación, como era natural, sufría los altibajos cuando dos generaciones son diferentes. Pronto ambos tendrían una lección más que aprender.
Había sido una dura semana para Anaís, pues los docentes atiborraban a sus alumnos con temas y tareas para compensar el tiempo perdido por la plaga que azotó el caserío del páramo latinoamericano. La niña, a pesar de las repetidas observaciones y reclamos recibidos de parte de su abuelo con respecto a no haber cumplido el compromiso de estudiar con él la aritmética, realizaba las tareas de las otras materias hasta cierto punto, pero se confiaba, como siempre, que en el último momento su “salvador” saldría al rescate.
Con suficiente antelación Eusebio le había resuelto todos los problemas de la asignatura, se los había entregado y sólo restaba explicarlos para que ella los transcribiera a su cuaderno de tareas, faltaban apenas 48 horas para entregarlos y Anaís no había hecho el mínimo esfuerzo por buscar a su abuelo frente a su casa. Eusebio ya molesto y teniendo la certeza de que la historia se repetiría, se presenta en casa de la nieta y le pregunta: ¿Qué pasó con tus tareas de aritmética?
-Es que he estado haciendo las otras tareas – dice la niña asustada-
- ¿Pero las haces mañana, tarde y noche y es imposible que te acerques a explicarme qué sucede, a pesar de que te di tiempo suficiente porque consideré que tenías mucho trabajo?
-Bueno, si ha estado ocupada- interviene la madre de la niña- pero también ha tenido tiempo y ella sabe lo exigente que es usted con los compromisos!
Anaís, asustada, sabe que no le queda mucho tiempo y que su abuelo es la única persona en el humilde caserío que puede ayudarla, y desesperada corre en busca de sus cuadernos para que su abuelo la ayude.
-¿Sabes qué, Anaís?- comenta su abuelo- asumo que puedes cumplir sola con tus tareas. Creo que no necesito pasar tonto otra vez y que me estés prometiendo lo que no quieres o no puedes cumplir.
-Discúlpame, abuelo. Hagamos las tareas, por favor.
-No, Anaís, no entiendes. Eres inteligente, no me subestimes. Haz lo que tengas que hacer. Creo que estoy de más.
-Bueno, pero también es una niña – argumenta la madre-
-Sí, pero ya no me necesita.
Eusebio, molesto y decepcionado, sale y se dirige a su casa cavilando sobre lo que puede convertirse en su decisión definitiva. Al día siguiente Anaís, cuadernos en mano, se presenta a pedirle disculpas a su abuelo con la intención de hacer las tareas.
-Abuelo, sé que fui irresponsable. Te pido disculpas. Por favor, hagamos las tareas.
El abuelo le pide que lo acompañe para regresar a casa de la niña, y una vez allí le dice a ambas:
-Anaís, cometí un grave error queriéndome hacer imprescindible en tus estudios. Cuando quieras hablar conmigo sobre alguna situación, o quieras que leamos juntos, si quieres cantar o simplemente estar conmigo; búscame. Pero a partir de este momento y en lo que te reste de estudios ya no me busques para explicarte.
Anaís se desbordó en llanto al ver que aquel hombre que había sido su soporte moral, espiritual y confidente, la dejaba como barco a la deriva, ante la certeza de que su abuelo jamás se retractaba cuando tomaba una decisión.
-Pero es que es una niña – increpaba molesta con ambos, la madre y exnuera de Eusebio. A lo que agregó al ver a Anaís llorando y siguiendo a su abuelo:
-Regresa Anaís – dijo en tono sarcástico – Él tiene razón, nadie es imprescindible.
Allí comenzaron los momentos más difíciles en los corazones y las mentes de estas dos personas de edades tan distantes, pero con un amor que jamás había sido puesto a prueba de esa forma. Anaís, vivía el duro trance de la separación de sus padres. No podía creer en que otro de sus seres más amados también de alguna manera se separaba de su vida. Eusebio, con su amor infinito por la niña y a quien trataba de darle herramientas potenciales para su futuro, le costaba aceptar que ante su estricta e irrevocable forma de tomar decisiones, por aparentemente justificadas que pudieran ser; enviaba por un potencial desfiladero el futuro de su nieta ya que no habían muchas opciones de estudio y asesoría en aquel humilde caserío de montaña.
Tres días de tormento para ambos parecían una eternidad. Anaís, se presentó en casa del abuelo y con el llanto entrecortado le dijo: Abuelo, estoy dispuesta a asumir y respetar tu decisión de no enseñarme más, pero no quiero perderte. A lo que contesta su abuelo con un nudo en la garganta y viendo el valor y la sinceridad de su nieta:
-Anaís, es cierto que has sido irresponsable, pero considero que ningún hábito de aparente rectitud justifica el que a un niño se le corte la posibilidad de aprender, me avergüenza mi actitud y no podría levantar la cara delante de ti, de nadie, ni de mí mismo si mantuviera esta absurda posición. Te pido perdón y hagamos lo que sea necesario para mejorar nuestra relación de vida y de estudio. Ambos se abrazaron y sintieron lo infinitamente grande que es la fuerza del amor cuando todos queremos y ponemos de nuestra parte para vivir con paz interior y armonía.
El maestro Eusebio