Los adornos de nuestro mágico arbolito
De rodillas, arreglando el jardín de la Casa Vieja, la mirada del maestro Eusebio estaba enfocada en la variedad de flores, pero su mente recorría el tiempo en que toda la familia se preparaba para las celebraciones navideñas, y, curiosamente lo que más recordaba en su soledad, era la forma de ritual con que sus hijos y su esposa adornaban la rama de pino para navidad, hacían su pesebre y todo se cargaba de un extraño y mágico ambiente de paz.
De sus cuatro hijos, tres se encontraban lejos buscando mejores condiciones de vida en el exterior y con ellos tres de sus nietos, uno de cada hijo, colmaban la felicidad de sus núcleos familiares, a pesar de no estar en las mejores condiciones económicas, pero aprendieron a valorar el amor de familia a pesar de las limitaciones y ver cómo sus hijos repetían ese mágico ritual año, tras año como un legado.
Su hijo mayor se quedó en el pequeño caserío trabajando la tierra, apostándole al esfuerzo y a la perseverancia como forma de superación económica, para mantener, luego de la separación de su esposa, a sus tres hijos pequeños quienes compartían su amor y la mitad del tiempo entre ambos.
El maestro Eusebio, lamentándose, pensaba que de alguna manera había influido en la conducta su hijo mayor, pues él también estaba separado y solo, a pesar de mantener una solidaria relación con quien por muchos años fue su pareja, porque el nexo y las querencias por los hijos y nietos jamás podrían romperse.
En ese momento, sus pensamientos quedaron suspendidos en el tiempo, cuando la voz de un pequeñín de cuatro años le dice: Hola, abuelo, bendición.
-Hola, mi amado Gato con Botas. Dios te bendiga, mi corazón. Le contesta emocionado el maestro
-Vengo a poner tu navidad en el arbolito del patio. ¿Me vas a ayudar? pregunta con voz angelical.
-Claro, corazón. Dime ¿Qué debo hacer?- preguntó Eusebio. La mente de la hermosa y tierna criatura comenzó a volar, y semillas de pino empieza a dárselas a su abuelo y juntos las colocan entre las ramas de un pequeño árbol de eucalipto en el jardín.
El pequeño niño le dice: abuelo tenemos que ponerle lucecitas al arbolito.
-Corazón, no tengo lucecitas.
-Claro, ahí las tienes. Y con imaginación tomó tres pequeños pedazos rotos de una manguera. Le pidió a su abuelo que le ayudara a pasarlos entre las ramas.
En silencio, desde la puerta, Anaís, la hermana de Santiago, vio todo y salió en carrera. Buscó unos adornos viejos que le pidió a su tía y regresó al jardín de la Casa Vieja con la sorpresa para su abuelo y su hermano.
-Bendición, abuelo, dijo Anaís al llegar
-Dios te bendiga mi corazón. Que grata sorpresa
Entre los tres terminaron de adornar el pequeño árbol, cuyas inexistentes luces brillaban en sus corazones con más fulgor que cualquier árbol.
Esa tarde, el maestro Eusebio, con lágrimas en los ojos, aprendió otra lección de sus nietos; la Navidad al igual que la felicidad, habita en nuestros corazones. De nosotros depende cómo afrontamos la soledad y la relación con nuestros seres queridos. Las fotos del hermoso y curioso arbolito llegaron a manos de sus hijos. Todos concluyeron que el árbol de Anaís y Santiago fue el más bello de esta Navidad.
El Maestro Eusebio